Comentario
Heredera de la organización industrial medieval, la manufactura tradicional tenía en las ciudades su marco por excelencia de desenvolvimiento. Las corporaciones gremiales de artesanos ejercían un estrecho control de esta industria urbana, impidiendo mediante un complicado reglamentismo el desarrollo de la libre iniciativa. Aunque la industria tradicional pudo en un primer momento sostener las exigencias derivadas de la dilatación de la demanda de productos manufacturados, en los inicios de la coyuntura expansiva del XVI, en realidad los gremios representaban una concepción anticapitalista y significaban una rémora para el surgimiento de formas técnicamente más avanzadas de organización productiva.
La estructura gremial descansaba sobre varios principios. Uno de ellos era la comunidad de intereses con el poder público estatal y municipal. Éste ejercía respecto de los gremios una actitud de proteccionismo, privilegiándolos mediante el reconocimiento legal del monopolio de producción y comercialización de sus productos. A cambio, las corporaciones de artesanos garantizaban el abastecimiento de manufacturas de calidad y servían de útiles estructuras de recaudación fiscal, defensa armada de las ciudades y encuadramiento de las clases productivas urbanas.
En conexión con lo anterior, un segundo principio inherente a la organización gremial era el exclusivismo y la resistencia contra el intrusismo laboral. Las ordenanzas, o reglamentos por los que se regía la actividad de los gremios, prohibían taxativamente el ejercicio de un oficio determinado a todo aquel que no estuviera previamente autorizado por las autoridades de la respectiva corporación.
En tercer lugar, las ordenanzas -fiel reflejo en el plano normativo del espíritu gremial- trataban de garantizar la igualdad teórica de los agremiados, al tiempo que de eliminar la competencia facilitando el equitativo acceso al abastecimiento de materias primas, estableciendo cuotas de producción, obstaculizando la libre circulación de la mano de obra subalterna, interviniendo los precios de las mercancías, etcétera. Ello se opone a la libre concurrencia clásica del capitalismo liberal.
Los gremios representaban también el inmovilismo técnico. Dentro de un marco minuciosamente reglamentista como el descrito, los tipos de productos y las labores necesarias para su confección eran regulados de tal forma que las únicas diferencias posibles venían determinadas sólo por el mayor o menor grado de pericia de los artesanos. El conocimiento del oficio y los secretos técnicos eran celosamente guardados y transmitidos en el seno de los talleres, en los que primaba una nítida jerarquía laboral articulada en función de tres categorías: maestros, oficiales y aprendices.
Los gremios, en suma, determinaban la atomización de la producción industrial, fundándose en la defensa inflexible de los privilegios corporativos y en la estrecha asociación de capital y trabajo. En este sentido, las unidades de producción consistían en pequeños talleres que presentaban una mínima concentración de mano de obra. En ellos no sólo tenían lugar todas las fases de la producción, sino que también unían este aspecto al de la comercialización. No aplicaban, pues, el principio de división técnica del trabajo. El maestro-propietario dirigía la actividad de un normalmente escaso número de oficiales y aprendices y participaba él mismo de forma intensa en la elaboración de las manufacturas. Su capital, asimismo escaso, se reducía comúnmente a la propia tienda-taller y a las tradicionales herramientas que allí se empleaban.
Los oficios urbanos encuadrados dentro de la organización gremial eran, principalmente, los relacionados con las manufacturas textiles (pañeros, sederos...), del cuero (zapateros, talabarteros...), de la madera (carpinteros) y el metal (armeros, plateros...). Pero también las industrias alimenticias, como la molinería, la panadería, la pastelería o la fabricación de cerveza se acogían frecuentemente al ámbito urbano. La construcción y los oficios artísticos (tallistas, escultores... ) vivieron un momento de auge al compás de la proliferación de iniciativas para levantar iglesias, palacios y otras grandes obras. La aparición de la imprenta hizo que se abrieran talleres de impresión en las principales ciudades. En fin, la industria urbana se sostenía no sólo sobre la base de la demanda de bienes de primera necesidad como el vestido, el calzado o la vivienda, sino que también alentó a tenor del desarrollo del hijo, las artes y las nuevas técnicas del Renacimiento.